viernes, 21 de marzo de 2008

LAMENTO - POEMA A PAI BENEDITO DE ARUANDA

¡Mi bondadoso Preto Velho!
Aquí estoy de rodillas, agradecido, compungido, aguardando tu bendición.
Cuántas veces, con el alma herida, con el corazón lleno de ira, con la mente entorpecida por el dolor de la injusticia yo clamaba por venganza, y tu, oculto allá en el fondo de mi otro yo, con bondad compasiva me susurrabas "ESPERANZA".
Cuántas veces deseé terminar con la humanidad, enfrentar el mal con maldad, ojo por ojo, diente por diente, y tu, escondido en mi mente, me decías simplemente:
"Sé que hiere el corazón la maldad y la traición, pero, responder con ofensas, no traerá la solución, para, piensa, medita y ofréceles el perdón. Yo también sufrí bastante, yo también fui humillado, yo también me revelé, también conmigo cometieron injusticias".
De las Sábanas Africanas, joven, fuerte, libre, en un instante fui transformado en esclavo, encadenado, ninguna oportunidad yo tuve. Un revuelo creciente me envolvía intensamente, porque algo me decía, que nunca más yo vería mi cielo de ese entonces, no oiría los cantos de los pajaritos, el bramido de los elefantes, el rugido de los leones. Mi raza de gigantes que tanto orgullo me causaba, yacía despedazada, fría, encadenada en un sucio sótano de navío.
Un odio intenso atormentaba mi pecho, ¿Por qué OIÁ no mandaba una gran tempestad? ¿Por qué XANGÓ con sus rayos no partía aquella nave maldita, que matase aquella gente que tan cruel se mostraba, que hasta mi pobre madrecita tan frágil, ya tan viejecita, por maldad encadenaron? ¿Y IEMANJÁ, dónde estaba que nuestra desgracia no veía, que nuestro dolor no sentía? ¿O su pecho no sangraba? ¿Sus oídos no escuchaban la súplica que yo le hacía? Si IEMANJÁ hubiese ordenado, el mar se hubiese abierto, las olas nos hubiesen arrollado, a mi pueblo ella le hubiera dado la deseada esperanza, y a los que nos esclavizaban, la justa venganza.
Pero nada de eso ocurrió, mi madrecita no resistió y murió. Su cuerpo, al mar fue lanzado. Mi pueblo aterrorizado. En el mercado fuimos vendidos, unos para acá, otros para allá, como ganado, con hierro caliente marcados.
¿Dónde es que estaba OGÚN? ¿Que aquella gente no vencía? ¿Dónde estaban sus armas, sus lanzas de guerra?
Pero nada sucedía y hacia todas las partes que miraba, solamente una cosa veía.... tierra, tierra que siempre exigía más de nuestros cuerpos transpirados, de nuestros cuerpos cansados.
Era la senzala, era el tronco, el gato de siete colas que nos arrancaba el cuero, era el diario trajinar, era la cosecha (que para nosotros era estafa, para el señor era oro).
Cuántas veces, después que el sol se escondía, allá en el fondo de la senzala, con los más viejos aprendía, que nuestro destino hasta el fin, no sería siempre así.
Cuántas veces me dijeron que ZAMBI cuidaba de mi.
Bien me recuerdo de una mañana, que el rencor era inmenso, vi salir de la casa grande, a la hija de mi patrón. Ingenua, desprotegida, mi pensamiento voló: había llegado la hora de mi venganza, pensé, voy a matar esa criatura, voy a vengar a mi gente, y si por ello voy a morir, sé que voy a morir contento.
La pequeña caminaba alegre, despreocupada, venía hacia mi dirección. Como una fiera aguarda su caza, esperaba ansioso, la hora tan ansiada, había llegado. Yo traía las manos transpiradas, en ése momento lleno de odio, el corazón parecía estallar en mi pecho. Vi el tronco, el chicote, vi mi pueblo sufriendo, pudriéndose, muriendo y, nada más vi entonces. Corriendo como un poseído, la agarré de un brazo y la levanté en alto del suelo.
Pero, para mi sorpresa, en mal momento la levanté a la pequeña, una serpiente enfurecida, como si fuera el propio viento, lanzó su mordida en el aire, errando por mi causa morder a la pequeña, el ataque fue tan fatal, todo ocurrió tan de repente, todo fue de tal forma, que allí parado quedé, mirando la serpiente que desaparecía en el matorral.
Después con la criatura en mis brazos, miré mis puños de acero que la deberían matar... Observé sus bellos ojitos que insistían en mirarme. Me hizo un gesto de cariño, yo estaba emocionado, no sabía qué hablar, no sabía qué pensar.
Mis pensamientos estaban en una gran confusión, vi la cadena, el tronco, mis manos con sed de venganza, vi el chicote, la serpiente errando el ataque... Sentí el corazón apretado.
Mis manos llenas de callos por el hacha, por la azada. Mis manos no matarían, no habría venganza, pues mi Dios no permitiría que muriese esa criatura.
Así pasó el tiempo, del joven fuerte de antes, bien poca cosa quedó, hasta que un día llegó que BENEDITO acabó...
Pero del otro lado de la muerte yo encontré una nueva vida, más larga, mucho más fuerte, más de amor y de perdón. Los sufrimientos del ayer ya no importan ahora, porque nada fue en vano.....
Fuimos mártires en esa vida, de esta UMBANDA tan querida, religión del corazón, de la paz, del amor, del perdón".
Pai Ronaldo Antonio Linares, 20/Octubre/1964